14 de septiembre de 2009

Los castigos de los pecados capitales

En fin, volví.

Buceando en un apasionante blog (www.sobreleyendas.com), encontré un interesante artículo sobre los pecados capitales. Creo que no hace falta hacer una introducción al tema, ya que es un tema altamente tratado (y aprovecho para recomendar la película Pecados capitales [Se7en] de David Fincher), pero existe algo que me llamó poderosamente la atención y que desconocía: el castigo reservado a cada pecaminosa alma de Dios luego de transgredir las firmes leyes morales que imponia la Iglesia y que impedían la acción de Su Infinita Misericordia (y reservemos la hipocresía para otro post).


Para la lujuria ("el amor excesivo por los demás", según Dante Alighieri), el castigo era ser asfixiado en fuego y azufre.
Quienes cometían la gula eran
forzados a comer ratas, sapos, lagartijas y serpientes vivas.
Para los que pecaran de avaricia estaba reservado el castigo de ser colocados en aceite hirviendo.
La sanción por la pereza contemplaba el confinamiento a una fosa llena de serpientes.
Los pecadores que incurrían en la ira eran desmembrados.
La envidia estaba penada con el sumergimiento del acusado en agua helada.
Por último, para aquellos que, quebrantando la Ley Divina, cometieran el pecado de la soberbia, eran penalizados con el método de tortura conocido como "la rueda".



A) Si bien no hay que examinar esta mentalidad separada de una época determinada (la Edad Media), con sus correspondientes paradigmas, supersticiones y formas de pensar, es digno de análisis la manera en la que la religión (la Católica, en particular durante este período histórico) interpretaba aquellas nociones de su mesías y sus enseñanzas religiosas, que hablaban en favor del amor al prójimo, la Misericordia de Dios, el perdón de los pecados...

B) Otro punto de análisis sería: ¿cómo se llega a relacionar cada pecado con su respectivo castigo? Supongo que no será resultado de una elección arbitraria (aunque hay cada uno...). Habrá que remitirse a San Gregorio Magno, del cual vergonzosamente debo admitir que no leí nada.

C) ¡Qué creatividad la de los teólogos de la Edad Media!

18 de mayo de 2009

La muerte empieza a ser la nuestra



Ojalá pudiera ir a despedirte en Montevideo. Aunque más me hubiera gustado conocerte en vida, abuelo adoptivo. Así es, nunca te enteraste que te adopté. Adopté la omnipresencia de tu narrativa cotidiana, adopté el consuelo de tu poesía sencilla, adopté tu amor por el amor y tu canto a la vida. Eras como un abuelo, cómplice de mis travesuras y sueños, pero que a la vez me iba guiando en el camino hacia adelante.

Cuántas veces me habré sentido identificado al leer tus poemas... Yo, que tan poco me gusta la rima libre y poco rigurosa. Pero cómo me cautivaste con

Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.

O algo como:

Ustedes cuando aman
exigen bienestar
una cama de cedro
y un colchón especial

nosotros cuando amamos
es fácil de arreglar
con sábanas qué bueno
sin sábanas da igual


Nunca sabrás cuánto te debo en mi noviazgo por tus palabras suaves, dulces, aptas para salvar cualquier obstáculo. Cuánto te debo.

Y pensar que todo el mundo se abrió cuando se me dio por leer ese libro de cuentos que tantos años tuvimos anquilosado en la biblioteca de casa. Y ya desde el primer cuento te empecé a querer.


"Soy otro", dice. Pero no lo es.


Y ni que hablar de El Idilio... Qué maravilla. Y Los Pocillos, que tanto ofendí con el amateurismo doloroso de mi incipiente carrera como intento de cineasta. O Vaivén, o Firmó doscientas mil o Geografías o El césped o todos los Despistes y franquezas... Hasta te copié lo de Réquiem con tostadas. Dios mio, ni puedo hacer un racconto de todos tus cuentos que me llegaron bien adentro. Sería como un índice de tus Cuentos completos.

Por favor, Mario, si ahora que te recuerdo me pongo triste, qué puedo decir de La Tregua. Cuando lo lea de nuevo lloraré más, supongo.

"Versos sencillos, rima fácil, poemas al servicio de la canción, contaminación política. Qué horror.", dice Reynaldo Sietecase. Y hablan de palabras para el afiche, obvias como el amor y la pena. Y deben tener algún fundamento, pero yo creo distinguir algo distinto en tus palabras, o al menos eso es lo que ellas me hacen sentir.
Siento algo especial cuando leo la hermosa carta que le hiciste escribir a Isabel en La Tregua, o la Balada del mal genio, o la simple historia secundaria entre Dionisio y Vicky en La vecina orila.

Y con todo esto me diste una de las mayores enseñanzas que recibí: toda la vida es poesía.


Mario, mi tan admirado Mario, me alegro por tu reencuentro con Luz (¿cuántos se jactarán de tener un matrimonio de 60 años más el infinito?) y por el fin de tu dolor. Pero aquí te seguiremos echando de menos.

Ojalá exista ese más allá, y me anime a acercarme, a sonreirte tímidamente, y decirte ese gracias que tanto te debo.

Adiós, abuelo adoptivo. Adiós y gracias por todo.


Pasatiempo

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.


Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia (1920-2009).

4 de febrero de 2009

El experimento alien

Hace un rato, mientras me bañaba, me puse a pensar en la posibilidad de que los humanos no fuéramos más que un experimento genético realizado en nuestro planeta por extraterrestres, y que nuestras vidas estuviesen controladas, o al menos vigiladas, por sus científicos verdes. (¿Estaré usando demasiado shampú?). Por las dudas, apenas terminé de secarme levante la vista y les pregunté "¿Me están mirando? Sé acerca de su experimento, sé de su experimento".

Si llego a desaparecer en estos días, ya lo saben: no se metan con los aliens. No les gustan que se revelen sus secretos.

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Mientras escribía estas líneas y leía la versión digital de La Voz del Interior, con agrado vi la siguiente noticia:

Me alegro mucho por Woody, por París y por todos los que disfrutamos de sus películas, pero... ¡¿como van a poner ESA foto?! Urgente, una dosis triple de sentido común para la redacción web del diario cordobés.

6 de enero de 2009

Rosal



Quisiera quedarme a oler ese rosal,
cuyo aroma se siente sólo con verlo

5 de enero de 2009

Los estados contables

Preparando los números del salón de fiestas de mi abuelo, se me vienen a la mente unas palabras de Mario Benedetti:


Cosas de uno

Yo digo ¿no?
esta mano
que escribe mil doscientos
y transporte
y Enero
y saldo en caja
que balancea el secante
y da vuelta la hoja
esta mano crispada en el apuro
porque se viene el plazo
y no hay tu tía
que suma cifras de otros
cheques de otros
que verdaderamente pertenece a otros
yo digo ¿no?
esta mano
¿qué carajo
tiene que ver conmigo?

25 de diciembre de 2008

Emilio y la muerte

                     Y bajo la tristeza de la luna
                     Descubrí que mi alma era una
                     Diminuta campana de cristal.

- Alfonsina Storni


                     Debe ser muy hermoso acercarse a la Parca
                     De guadaña traidora y pensar que en el arca

                     Del Misterio nos vamos para no volver más
                     A saber de estos seres que dejamos atrás.

- Alfonsina Storni


       Emilio, estabas sentado tan plácidamente... Los golpes en la puerta apenas pudieron desviar tu atención de la lectura de aquellos poemas de Alfonsina. "Descubrí que mi alma era una diminuta campana de cristal", todavía resonaba en tu cabeza, cuando preguntaste:
- ¿Quién vive?
       Extraño modo de preguntar quién estaba allí, más curioso todavía después de la respuesta:
- La Muerte. Vine a buscarte -. La voz era seca y firme.
       Reíste, un poco nervioso, intentando imaginar quién podría ser el autor de semejante broma de mal gusto. Sin poder alcanzar una respuesta razonable, preguntaste otra vez:
- Perdón, ¿quién es?
- La Muerte. Vine a buscarte -. La voz seguía sonando seca y firme.
       Empezaste a dudar y a toser. Un ligero sudor frío comenzó a descender por tus mejillas. Sin saber del todo por qué, tuviste miedo. Por primera vez desde hacía tanto...
       Al abrir la puerta, titubeando, descubriste, no sin cierta sorpresa, que tu interlocutor no mentía. La hoz, el traje negro, la capucha, la calavera: era la Muerte. Tratando de conservar la calma, notaste un elemento que parecía estar fuera de lugar: la rosa de color rojo sangre que saltaba a la vista desde atrás de una solapa del singular vestido.
       La hiciste pasar, aparentando estar tranquilo, mientras en tu cabeza corrían con inusitada velocidad recuerdos de todas las etapas de tu vida. Algún río de las sierras, el noviazgo y el compromiso con María, la muerte de tu abuelo, tu cumpleaños número seis y el número veinte, el almuerzo de aquel mismo día, todas imágenes que se sucedían una detrás de la otra sin orden ni sentido.
       Le indicaste un sillón, cómodo, bien cerca del fuego, al que presurosa se fue a sentar. Estiró las piernas, se desperezó e hizo un amago de un bostezo, mientras contemplaba las llamas. Después habló, procurando sonar un poco más amigable, aunque sin conseguirlo:
- He venido a llevarte. Espero que hayas podido despedirte y dejado todo en orden -. Y luego añadió, a ver tu cara de sorpresa-: No digas que no sabías que yo podría llegar en cualquier momento. No te preocupes, el proceso no dolerá. Considerate afortunado.
       Ahí empezaste a imaginar, como nunca antes, las maneras con que la Muerte se valdría para llevar las almas al más allá. ¿Cómo sería ese traspaso del mundo humano al espiritual? O más aún, ¿serías un fantasma, un alma en pena, un ángel...? ¿Qué era el purgatorio, que era el cielo? Pensar que creías que tendrías tiempo para encontrar esas respuestas... En fin, pronto lo sabrías.
       La Muerte, al verte todavía meditabundo, tomó el libro que habías estado leyendo y comenzó a recitar:
- Debe ser muy hermoso acercarse a la Parca...
       No respondiste. Tu falta de conversación debió impacientarla, así que se paró y con una voz de ultratumba murmuró.
- Vamos, Martín. Vámonos.
       Al oír estas palabras resurgió la esperanza en tu interior. ¡No era a ti, Emilio, a quien buscaban, sino a ese tal Martín! Un ligero color rosado volvió a posarse sobre tus mejillas. Carraspeaste y sacando valor de donde no tenías, dijiste:
- Disculpe. Yo no soy Martín.
- Sí lo eres - respondió la Muerte, dándote la espalda y visiblemente enojada por tu falta de colaboración, a la que ya debería estar acostumbrada.
- No, señor, yo soy Emilio. Usted busca a un Martín. Yo soy Emilio, no Martín.
- Eres Martín - dijo, con voz severa. - Ahora, vamos. No hay tiempo.
- No, es una equivocación. Soy Emilio. No Martín. Emilio.
- Eres Martín.
- ¡No, es un error! ¡No soy Martín, no soy Martín! ¡Emilio!
       Ya gritabas, desesperado.
- ¡Emilio! ¡Emilio! ¡No Martín!
       La Muerte se dio vuelta, se acercó lentamente y te cubrió con tu manto.
- Vámonos, Martín.
       Después de eso, desapareciste. El sonido de tu llanto resonó durante unos segundos en la dormida biblioteca.
       Tarde te diste cuenta, Emilio, que tu nombre no era Emilio y que la Muerte no razona.